Graves recortes sociales, salarios por los suelos que quieren reducirse aún más desde el poder, deudas familiares insostenibles, desempleo masivo, ausencia de industria productiva, conflictividad social, una juventud sin futuro… todo esto es lo que la sociedad del fin de la historia que defendía Francis Fukuyama esta trayendo consigo, sin duda éstas son algunas de sus consecuencia más negativa.
Desde que la URSS se derrumbó desde dentro, una cierta impunidad neoliberal ha ido recorriendo cada rincón del mundo para quedarse. En el mundo financiero, en las políticas públicas, en los presupuestos gubernamentales.
La falta de alternativas al sistema, que durante años a rebajado “el miedo” del poder a posibles caminos “de socialismo real” dentro de los estados occidentales y que ha lastrado durante los años noventa y los primeros años del nuevo siglo cualquier acción social cooperativa, han alcanzo su punto de inflexión con esta crisis: Indignados, 15-M, Occupy Wall Street, los movimientos antisistema, Anonimous, la #Primaveravalenciana o las protestas griegas… no van a ser movimientos esporádicos.
Todo ha funcionado hasta que la situación ha comenzado a ser ser insostenible por un error interno del sistema. Y es que si se aprietan demasiado las tuercas a la ciudadanía, la clase media se derrumba, se fracciona entre privilegiados que escapan a la quema: trabajadores de puestos intermedios (puestos de gestión, periodistas bien retribuidos, abogados con éxito…), PYMES con beneficios, funcionarios… y lo que ya no es clase media: hijos de antiguos trabajadores que habían luchado por el estado social en el paro, estudiantes sin futuro, desempleados, PYMES en bancarrota, empleados mal retribuidos…
Con la fractura de la clase media llega la caída del consumo, la ausencia de nuevas pymes, el derrumbe de los ingresos del estado, el enquistamiento de las deudas… y en consecuencia la detención del tiempo: una crisis a la japonesa, agónica, larga con pequeños periodos de crecimiento mínimo y recesiones cada año y medio que impiden cualquier atisbo de futuro a largo plazo. Todo ello alimentado en Europa además por una inflación galopante que reduce el valor del dinero día a día.
Si bien es cierto que en la década de los 80 consumíamos menos, cualquiera puede recordar como millones de familias vivían decentemente con un salario paterno. Hoy, con dos salarios resulta complicado llegar a fin de mes.
La solución una vez más, como la historia siempre ha demostrado, pasa por que el sistema político y económico se adapten a las nuevas demandas y al nuevo contexto social. Cuando no es así, y desde arriba no se quiere o no puede atender las nuevas necesidades y demandas, la ciudadanía, cada vez mejor formada comienza a ser ya muy activa y la inevitablemente conflictividad estalla. Entonces el modelo socioeconómico es duramente criticado y los cambios comienzan a producirse por esta presión social y la propia naturaleza de supervivencia del poder.