Fueron muchos los que creyeron en la anunciada refundación del capitalismo que Nicolás Sarkoz y otros colegas clamaron a los cuatro vientos.
Aquella reunión que cambiaría la historia, fue difundida a los ciudadanos como "la conferencia que abriría una nueva era", una suerte de Paz de Westfalia o Conferencia de Yalta que alteraría el devenir de la historia.
El viejo orden industrial y los abusos del libre mercado sin cortapisas iban a llegar a su fin para alumbrar un nuevo sistema capitalista más social, más libre si cabe, donde se tendría en cuenta a los ciudadanos y se ajustaría las cuentas a los responsables del desastre económico.
Cuatro años después nada ha cambiado ahí arriba, en las altas esferas de las finanzas, los gobiernos y los organismos internacionales.
Desde entonces, las SICAV no han parado de aumentar beneficios en todos los países. Las quinientas mayores compañías del mundo singuen controlando más del 70% del comercio global. No hay rastro de la tasa Tobin. Y los mismos bancos que jugaron con las hipotecas y los planes de pensiones fueron rescatados sin el más mínimo límite moral gracias a los impuestos de los nuevos desempleados, pre jubilados y desahuciados.
Incluso ha ocurrido lo que no podía llegar a pasar antes: que los representantes de aquellos organismos y empresas que hincharon la burbuja económica sin tener en cuenta sus posibles consecuencia sociales se han pasado a ocupar directamente la presidencia de los gobiernos y los ministerios de Economía. Luis de Güindos en España, Monti en Italia el presidente portugués, el griego, Mario Draghi en el BCE, Mark Carney en el Banco de Inglaterra... todos ex Goldman Sachs, ex Merryl Lynchs o ex Lehman Brothers lo mismo da. ¿Acaso es esto una broma?
Su amplio conocimiento de los "mercados" ha sido una excusa quizás barata. Porque éstos mercados no han sido domados, ni reformados, ni de ellos se han extraído los quistes; sino que sus deficiencias de control se han seguido extendiendo como un cáncer hasta penetrar sin tapujos en la política.
Mientras en la cima nos "enseñan" que no hay alternativa a los masivos recortes al tiempo que muestran su preocupación por los déficits, abajo, en la calle ya nadie cree ni confía en ninguna institución.
Al principio, los ciudadanos entendían los recortes. Pero con el paso del tiempo y el aumento de la agonía económica, viendo que nada cambiaba, que no bastaba con congelar sueldos o reducir el gasto social sino que había que quitar la ley de la dependencia a enfermos y ancianos, poner en entredicho la sanidad pública, subir los impuestos indiscriminadamente, facilitar los despidos con la reforma laboral... la gente de a pie comenzó a indignarse con verdadera convicción.
En el otro lado, la broma parece que continúa. Tras haber pedido insistentemente masivos recortes al gobierno español, Bruselas y el FMI afirman que son ahora las políticas de austeridad las que están impidiendo la recuperación. Eso sí, ahora que los 200.000 millones que España debe a la banca alemana ha quedado sin riesgos de impago.
Por si fuera poco, al tiempo que la gente sufre una ola de desahucios y el paro se cifra en 26%, los escandalosos de corrupción salpican los telediarios cada día
Por eso los dos grandes partidos están en caída libre en cuanto a intención de voto, no solo en España sino en los países más afectados por la crisis.
En España, las instituciones peor valoradas son en éste orden: los políticos, los partidos políticos, los bancos, el parlamento, los obispos, el gobierno del estado, los ayuntamientos, los sindicatos, la patronal, las multinacionales, la iglesia, el tribunal constitucional y los tribunales de justicia. Incluso el Rey, adalid de la transición democrática ha pasado a ser un verdadero hazmerreir público.
Así la brecha entre la clase política e instituciones y la mayor ciudadanía roza mínimos preocupantes, al tiempo que "nacen" nuevas movimientos sociales que realmente se ganan el fervor ciudadano, como Stop Desahucios o el 15M.
Incluso los hasta ahora fervorosos defensores del orden constitucional de 1978 no dudan ya en admitir la escandalosa corrupción y la ineficiencia del anquilosado del sistema político español, preso también como la mayoría, de los organismos internacionales y el mercado financiero. Y mientras, ahí arriba no hay síntomas de verdadera intención de reforma.
No pienso que hay razones para esperarlo.
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